Pensar la traducción en la España del siglo XIX
Carole Filière, Francisco Lafarga, Juan Jesús Zaro, María Jesús García Garrosa
Este volumen, formado por cuatro capítulos que corresponden a grandes momentos de la historia cultural de la España del siglo XIX, se propone presentar las ideas sobre la traducción que se manifestaron en dicha centuria, plasmadas en numerosos prólogos y artículos periodísticos. Cada capítulo consta de un estudio de la situación en la época tomada en consideración, con su correspondiente bibliografía crítica, y un apartado que reúne textos significativos, dispuestos por orden cronológico. A partir de una idea de Francisco Lafarga, intervienen en el volumen María Jesús García Garrosa, que se ocupa del primer tercio del siglo, época de transición del Neoclasicismo al Romanticismo; F. Lafarga, que trata del periodo romántico; Juan Jesús Zaro, que estudia la época realista naturalista, y Carole Fillière, que atiende las últimas décadas, con especial insistencia en Menéndez Pelayo y Clarín.
- Escritor
- Carole Filière
- Escritor
- Francisco Lafarga
- Escritor
- Juan Jesús Zaro
- Escritor
- María Jesús García Garrosa
- Colección
- Babélica
- Idioma
- Castellano
- EAN
- 9788416020737
- ISBN
- 978-84-16020-73-7
- Páginas
- 320
- Ancho
- 15 cm
- Alto
- 23 cm
- Fecha publicación
- 07-12-2016
Sobre Carole Filière (Escritor)
Sobre Francisco Lafarga (Escritor)
Sobre Juan Jesús Zaro (Escritor)
Sobre María Jesús García Garrosa (Escritor)
Reseñas
A pesar de que no consta el término “antología” en su título, este volumen puede considerarse continuidad del Discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII: estudio y antología (Kassel, reichenberger, 2004), también preparado por dos de los autores del que ahora reseñamos, María Jesús garcía garrosa y francisco Lafarga. al igual que en aquel caso se recogen aquí una plétora de textos –de muy variado origen y condición– que reflejan el pensamiento español producido sobre la traducción a lo largo de todo un siglo. a diferencia del volumen anterior, en este caso la obra se ha estructurado en cuatro grandes capítulos, cada uno firmado por un autor, y ordenados cronológicamente: el primer tercio del siglo XViii, de transición entre la ilustración y el romanticismo (María Jesús garcía garrosa); el romanticismo (francisco Lafarga), la época realista/naturalista (Juan Jesús Zaro) y las dos últimas décadas del siglo (Carole fillière). Por otra parte, si en el primer volumen se recogía un largo estudio preliminar (de 78 páginas), en el que se trataban de forma ordenada las principales ideas que se desprendían de los textos incluidos en la antología en su segunda parte (así, el debate entre fidelidad y libertad; las repercusiones de la traducción sobre el desarrollo de la lengua receptora; las exigencias de la traducción especializada; las referencias a autoridades antiguas y modernas; la metaforización del discurso sobre la traducción y la especificidad de la actividad traductora; las polémicas sobre la traducción y la traducción ante la censura) ahora las diferentes cuestiones se tratan de forma alternada en los diferentes capítulos, cada uno de los cuales se acompaña de su correspondiente selección de textos y aparato bibliográfico. Aunque el establecimiento de un criterio de selección construido sobre una compartimentación en siglos supone aunar la convención matemática basada en el sistema decimal con el calendario astronómico, cuestiones éstas que incumben poco al devenir histórico de la humanidad y, por tanto, no afectan de ningún modo a la cultura (si no es, indirectamente, por el efecto psicológico que la finalización de un siglo o el comienzo de otro pueden ejercer sobre nosotros), cabe ser conscientes de la ingente dificultad de consensuar los límites entre diferentes poéticas, lo que atenuaría claramente los posibles inconvenientes de medir la historia o la literatura o el arte mediante centurias. De hecho, en todo momento cabe apreciar la convivencia de tendencias opuestas, lo que en algunos casos lleva a un eclecticismo: así, es fácil identificar la presencia del Neoclasicismo tardío con un Prerromanticismo, del mismo modo que el Postromanticismo convivirá con un realismo incipiente. estas consideraciones no hacen sino reforzar la estrecha relación que se establece entre el «Discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII: estudio y antología» y «Pensar la traducción en el siglo XIX». De hecho, en el primer estudio se incluían 33 textos (de un total de 139) datados en el siglo XiX. Como se ocupaban de señalar los autores del primer trabajo, su propósito había sido “ahondar en una época determinada, que es el siglo XViii en su dimensión más amplia, rebasando los límites de la centuria para incluir el primer cuarto del siglo siguiente que, por tantos conceptos, debe considerarse prolongación del siglo ilustrado”. En el nuevo trabajo –en su primer capítulo– se incluyen textos que no habían sido incluidos en el anterior (tan sólo coinciden dos autores, Agustín García de Arrieta y Antonio de Saviñón), por mostrar una especificidad que los alejaba de los postulados prototípicos del siglo XViii. el propósito de María Jesús garcía garrosa es indagar sobre la posible construcción de un discurso propio en estas tres décadas, aunque siempre teniendo en cuenta, claro está, la ineludible tensión que cabe encontrar entre tradición y renovación en todo periodo de transición. De hecho, la respuesta parece ser que no hubo un discurso claramente diferenciado, pues según la autora no se dieron cambios sustanciales en el modo en que se presentó la reflexión sobre la traducción, no pudiendo hablarse de un pensamiento estructurado. Las fuentes más habituales en las que se presenta este pensamiento suelen ser los prólogos de traducciones y la prensa periódica. en los primeros lo que encontramos es un ejercicio introspectivo sobre la actividad realizada, con consideraciones sobre las dificultades que se han tenido que sortear y justificando sus tomas de decisiones. Se trata, por tanto, de una defensa del método o procedimiento empleado. en la prensa, a diferencia, y como cabía esperar, no se presentan ejercicios apologéticos sino más bien valoraciones cualitativas sobre las virtudes o (más habitualmente) defectos de las obras objeto de examen, lo que lleva, indirectamente, a la formulación implícita de un ideal de traducción. Tal y como había ocurrido en el siglo XVIII –cuando tan habituales habían sido las manifestaciones en contra del galicismo (y por extensión, de una excesiva presencia de la cultura francesa) – no son raras las consideraciones sobre el posible perjuicio que las malas traducciones tenían sobre la lengua y la literatura españolas, si bien estas reflexiones se van articulando de una forma más genérica, anticipando la conexión que se daría en el romanticismo entre lengua y cultura. el debate principal sigue siendo, claro está, entre fidelidad y libertad, con opiniones en favor de cada uno de estos extremos. así, entre los primeros cabe hallar, por ejemplo, a Luis Folgueras sión, José gómez Hermosilla o Melchor de sas. otros, como Benito gómez romero, advierten de la conveniencia de establecer una identificación con el autor original, para después ser capaces de recrearlo, con la libertad que parezca necesaria. en algunos casos se advierte que la libertad no es una opción personal sino que viene dictada por la naturaleza del original, que puede obligar necesariamente a un relativo distanciamiento en la expresión de llegada. en ocasiones, la actividad de traducción sirve de “pretexto” para un auténtico ejercicio de recreación, como es el caso de Cándido María Trigueros o Mariano José Sicilia. Por otra parte, la mayor o menor capacidad de acercamiento al original depende del grado de cercanía que la lengua original tiene respecto a la lengua española. resultan particularmente interesantes las consideraciones sobre la dificultad de traducir la nueva literatura. Dentro también del ámbito de la traducción literaria, pero superando ya el debate entre fidelidad/libertad se dan otras consideraciones: así, el debate entre traducir en verso o prosa la poesía, o el de traducir de una forma u otra el teatro. Por lo general, existe consenso en que la solución –una mayor o menor naturalización– depende del género en cuestión, haciendo más deseable una “domesticación” en el caso de las comedias. finalmente, en este periodo, como en el anterior y posterior, abundan las críticas y lamentaciones sobre la manía de la traducción, sobre todo cuando se practica sin pericia. son muchos los críticos con los traductores arribistas, desde Cristóbal Cladera en 1800 hasta José María Carnerero en 1831-32. Francisco Lafarga presenta, en primer lugar, una panorámica sobre la escena traductora en la españa romántica, contextualizándola en su situación sociohistórica y literaria y haciendo alusión a aspectos como son la emigración de los exiliados liberales –que les permitió entrar en contacto con la nueva poética–, la censura y el grado de presencia de la literatura extranjera en el contexto receptor. Como en el caso anterior, los textos en los que se expresa el pensamiento sobre la traducción son prólogos a traducciones a comentarios críticos en la prensa, pero contamos con esporádicas formulaciones autónomas, si bien son de corta extensión y no versan íntegramente sobre traducción. en cuanto a los prólogos a las traducciones, cabe decir que suelen contener comentarios acerca de la versión que se ha realizado, principalmente acerca de sus exigencias y dificultades, con escasas reflexiones sobre la traducción en general. Lo que más abunda son alusiones a la obra que se traduce y su interés intrínseco y en el contexto de salida. Un texto importante es, por ejemplo, el de Alcalá Galiano y Vicente salvá, su larga «advertencia» a la edición que hicieron del Arte de traducir el idioma francés al castellano de antonio de Capmany en 1835, casi sesenta años más tarde de la primera publicación de esta obra. en la prensa, por lo general se presentaban reseñas de publicaciones o crónicas de estrenos teatrales, pero en ocasiones se incluían artículos más generales, como en el caso de Bretón de los Herreros, Mesonero romanos o Larra. el grueso del capítulo de Lafarga está dedicado precisamente a estos tres autores, además de a Hartzenbusch y (en menor medida) a eugenio de ochoa. Con la excepción de Mesonero romanos, todos ellos compaginaron la creación con la actividad traductora, lo que les sitúa en una situación privilegiada para expresar sus opiniones, pero también en una situación un tanto contradictoria, pues tanto alaban como critican esa actividad que ellos mismo practican. Lafarga dibuja en su estudio cuatro grandes líneas del pensamiento traductor en la época, las tres primeras de las cuales están íntimamente interrelacionadas. Así, se estudian las referencias a la moda y abuso de las traducciones, como ocurre en la Satirilla contra el prurito de traducir, de f. de V. (1834); a la consideración sobre la conveniencia y utilidad de la traducción, con voces como las de Ochoa, Mesonero romanos y Larra; finalmente, al efecto nocivo que la traducción ejercía sobre la consideración de la literatura autóctona, con manifestaciones como, por ejemplo, la de salas y Quiroga. No podía faltar, evidentemente, el debate entre fidelidad y libertad, si bien las opiniones expresadas no resultan reduccionistas sino que se van revelando más complejas, como lo demuestran las manifestaciones de, por ejemplo, a. Tracia, Mariano Antonio Collado o Eugenio de Ochoa. El trabajo de Juan Jesús Zaro discrepa en su tratamiento de los ya comentados, pues lo estructura atendiendo a las tres décadas que comprenden el marco cronológico que le corresponde atender. aunque no cabe asumir diferencias programáticas en cada una de ellas sí se evidencian algunas circunstancias particulares. entre 1850 y 1860, al igual que en la década siguiente, aparecen un gran número de traducciones –principalmente de novela popular francesa– en forma de folletín, es decir, de forma serializada. Zaro llama la atención sobre la conciencia de que la traducción puede convertirse en una herramienta democratizadora del conocimiento, dada su capacidad para difundir avances científicos, a pesar de las presiones de la censura. Como en otras épocas, hay lamentaciones, como las de Hartzenbusch, sobre la fácil acogida en españa de expresiones extranjeras, introducidas por vía de la traducción. Zaro se refiere igualmente a los tratados para desarrollar el ejercicio de la traducción, como los de Luis Bordas o Vicente alcober y Largo, en los que se denotan inclinaciones ideológicas en la selección de los textos. Dentro del ámbito literario, Zaro analiza, por una parte, a la traducción teatral, mencionando el inmenso trasiego de obras francesas y, también, el caso específico y problemático de la traducción que Pablo de avecilla hace del Hamlet de shakespeare; por otra, a la traducción de poesía, haciéndose eco la importancia de las traducciones e imitaciones que Florentino Sanz y Augusto Ferrán hacen de Heine. en la década de 1860-1870, en sus dos últimos años, cabe destacar la desaparición de la censura, si bien se volverá a instaurar en 1874. sigue habiendo consideraciones, como la de Francisco Giner, sobre la nefasta influencia de las traducciones francesas. en este sentido destaca, igualmente, la publicación de El antigalicismo de Clemente Corbellas (1865). entre las manifestaciones más relevantes de este periodo tenemos las de Valera, quien señala que el traductor es relativamente independiente del traductor y –de nuevo– la importancia de las traducciones en la difusión del conocimiento. Zaro se detiene a tratar la traducción de lenguas como el hebreo (así, la versión de antonio María García Blanco de los Salmos) o el árabe, con las acertadas observaciones de Valera sobre el particular. finalmente, Zaro trata la cuestión de la intertraducción entre las diferentes lenguas peninsulares. Ya en la década de 1870-1880 destacan las aportaciones de galdós y Valera, además de algunas consideraciones sobre la traducción de Shakespeare, como las de Macpherson, y sobre la importancia de la traducción en la incorporación del positivismo. al igual que en otras épocas, la que aborda Zaro es prolija en debates sobre la oposición literalidad / libertad, sobre el mejor modo de traducir la poesía o sobre las estrategias de trasvase del teatro. También fue este el contexto en el que se dio una polémica que no aparece aquí recogida y que habría sido quizás deseable tratar –si bien es cierto que, en sentido estricto, no versaba específicamente sobre traducción–, como es la establecida sobre la cuestión de “La originalidad y el plagio” y que se inició en la prensa con motivo de los préstamos de Campoamor (principalmente de Hugo), con aportaciones de defensores y detractores, y la intervención de destacadas autoridades, como Valera o Clarín. Por su parte, Carole fillière, en su análisis de las dos últimas décadas del siglo, centra su atención en dos grandes nombres, Menéndez Pelayo y Clarín, quienes, en sus propias palabras, “crean en sus obras dos modelos para los estudios de recepción, además de proponer un pensamiento modernos sobre la traducción como práctica y teoría” (274), haciéndolo, respectivamente, como historiador y filólogo el primero y como escritor y crítico literario el segundo. ambos, también traductores. en su larga producción, Menéndez Pelayo recoge repertorios bibliográficos, coteja traducciones, efectúa análisis estilísticos, desarrolla retratos de traductores y bosqueja acertados panoramas sobre las grandes tradiciones literarias e intelectuales. Por su parte, Clarín, en sus participaciones en la prensa entre 1875 y 1901, presenta un estudio sistemático de todos los datos con que cuenta sobre traducciones contemporáneas. Las aportaciones principales del santanderino sobre la traducción se hallan en su Biblioteca hispano-latina clásica (1902) y, principalmente, en su Biblioteca de traductores españoles, obra inacabada y publicada póstumamente en la Edición nacional de sus obras completas (1940-1974), pero también abundan sus comentarios sobre la cuestión en Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882), la Historia de las ideas estéticas en España (1883-1891), la Antología de la poesía hispanoamericana (1893) y los Orígenes de la novela (1905-1910), constituyendo todo ello un auténtico tesoro de datos arqueológicos para la investigación filológica. Por su parte, Clarín inscribe a la traducción en un contexto de mediación que implica la transformación beneficiosa del sistema receptor, tanto desde el punto de vista de la literatura europea en españa como de la literatura española en el exterior, deteniéndose en este último caso en las dificultades de su aclimatación. a través de sus críticas de traducciones establece, además, un retrato modélico de las virtudes que deben adornar a un traductor e intenta dignificar su figura y consideración. La obra que hemos reseñado presenta con rigor una panorámica necesaria, que viene a complementar los estudios existentes sobre la práctica de la traducción en esta época, proporcionando una visión de conjunto, basada en las numerosas, diversas y dispersas aportaciones teóricas. gran parte de su mérito ha consistido, precisamente, en la labor de recogida de todos los textos, convenientemente referenciados. Los cuatro autores han contado con libertad para la preparación de sus respectivas aportaciones, pero no por ello la obra deja de mantener una gran cohesión. Las cuatro aportaciones están hechas con prurito filológico y presentan una visión veraz de cómo se concibió la traducción en esta época, cuál fue el estatus otorgado a los traductores, cómo se reflexionó sobre los principales problemas y dificultades que entraña su ejercicio. si acaso se echa algo en falta es un índice onomástico de todos los traductores mencionados o, al menos, un índice ordenando por autor los textos recogidos en los cuatro apartados de la antología, pues ahora se presentan –como es lógico– ordenados cronológicamente al final de cada capítulo. se trata de una aportación que viene a engrosar el todavía incipiente pero prometedor catálogo que la editorial escolar y Mayo viene presentando en su colección “Babélica” –más en particular en su serie “Pensamiento y traducción”– en cuyo consejo editorial se integran diversos profesores adscritos al instituto Universitario de Lenguas Modernas y Traducción de la Universidad Complutense de Madrid. Luis Pegenaute
El presente volumen es fruto de un extraordinario trabajo de búsqueda y recopilación de los escritos que contienen reflexiones sobre la práctica traductora y traducción a lo largo del siglo xix. Reúne verdaderas joyas de prólogos, artículos, epistolarios, palabras de censura y otros textos realizados por traductores, así como las críticas y reseñas de traducciones, un elemento indispensable para ahondar y conocer la historia de la traducción del siglo en cuestión. El volumen va de la mano con algunos títulos recientes que igualmente profundizan en el mundo de la traducción del siglo xix y sus traductores, como Creación y traducción en la España del siglo xix (Lafarga, 2015) y Autores traductores en la España del siglo xix (Pegenaute, 2016), realizados por el mismo equipo de investigadores, o con Diez estudios sobre la traducción en la España del siglo xix (Zaro (ed.), 2008) y Traductores y traducciones de literatura y ensayo (1835-1919) (Zaro (ed.), 2007), vinculados a un proyecto de investigación I+D y editados por uno de los autores del presente volumen. Este es un trabajo colectivo, formado por cuatro capítulos, cuyos autores aportan consideraciones y resúmenes de los datos e ideas más destacados en los textos escritos por los traductores, literatos, críticos o autores anónimos 298 RESEÑAS / F. LAFARGA, C. FILLIÈRE, M.J. GARCÍA CARROSA Y J.J. ZARO TRANS. REVISTA DE TRADUCTOLOGÍA, 21, 2017) del siglo xix, al que precede una introducción de Francisco Lafarga. Los textos recopilados, que se agrupan en cuatro secciones en orden cronológico, incluyen tanto los breves comentarios sobre la traducción como los prólogos o artículos periodísticos, e incluyen debates, de los que algunos todavía persisten, sobre la fidelidad hacia el texto origen, modo o dificultades de traducir, las cuestiones profesionales, la calidad de obras traducidas, críticas de malas traducciones, etc. Considero que cada uno de los cuatro estudios de esta obra requiere una especial atención a causa de la importancia y variedad de los temas que tratan y las reveladoras contribuciones de sus autores, todos investigadores y profesores, que juntos ofrecen una imagen completa y detallada del papel de la traducción, de cómo pensaban y obraban los traductores y en qué condiciones lo hacían en esta etapa de la historia cultural. En su calidad de autora del capítulo 1., Reflexiones sobre la traducción en España: 1800- 1830. Entre tradición y renovación, académica María Jesús García Garrosa habla sobre la traducción en las décadas del siglo xix previas al apogeo del Romanticismo, situándola en un contexto histórico repleto de acontecimientos, como la Guerra de Independencia, la ocupación francesa, el exilio, la represión entre 1823 y 1833 y la censura absolutista, y comparándola con el pensamiento traductor del siglo anterior. Los textos de este periodo muestran que la actividad traductora fue muy abundante, y que, siguiendo la tradición del siglo xviii, mayormente se traducía a partir del francés. No obstante, la emigración a Inglaterra en la segunda década del siglo favorece la aparición de las traducciones directas del inglés, y se observan los indicios de las reflexiones en torno a la traducción inspiradas en las nuevas teorías inglesas y alemanas. Se hallan voces que expresan la consideración de que la traducción es una re-creación, reflexiones sobre el concepto de la «intraducibilidad», la dificultad de cierto tipo de traducciones, la superioridad de una lengua con respecto a otra, la influencia de la similitud de idiomas en la traducción, así como el debate, que se extenderá al siglo entero, sobre si el teatro se ha de traducir en verso o en prosa. Todos estos sucesos y pensamientos son analizados con detalle por parte de la autora. Merecen una especial atención los datos sobre las condiciones en las que se traducía y la necesidad de la profesionalización de la actividad, que se sigue reclamando en las décadas posteriores. Se traduce sobre todo para el mercado de los países hispanoamericanos, pero en pésimas condiciones, y por muy bajas retribuciones. Tanto emigrantes como los que se han quedado en España se dedican a esta labor guiados por razones económicas, ofreciendo textos que a menudo carecen de calidad, pero, como bien apunta la autora, traen obras de literatura romántica a España, incrementan el número de novelas y obras de teatro, a la vez que continúan con la traducción de las lenguas clásicas, y contribuyen con los trasvases de algunas obras que fueron prohibidas por la censura del siglo xviii. Los textos elegidos para esta sección reflejan un pensamiento realmente crítico de los editores y literatos hacía la traducción con el objetivo de proteger la lengua y literatura castellana de malas traducciones. Entre los autores de estos escritos y de las palabras citadas en el presente capítulo se leen nombres como Agustín García de Arrieta, Pedro María de Olive, José Gómez Hermosilla, Francisco Martínez de la Rosa, Melchor de Sas, Mariano José Sicilia, Manuel Bretón de los Herreros, o Benito Gómez Romero, cuyas opiniones sobre la dicotomía libertad / fidelidad hacia el texto origen se TRANS. REVISTA DE TRADUCTOLOGÍA, 21, 2017 299 RESEÑAS / F. LAFARGA, C. FILLIÈRE, M.J. GARCÍA CARROSA Y J.J. ZARO suman a otras reflexiones de suma importancia para la Historia de la Traducción. El capítulo sobre el periodo que va de 1830 a 1850, El pensamiento sobre la traducción en la época romántica, corre a cargo del profesor emérito de la Universidad de Barcelona, Francisco Lafarga. Este estudioso anota que, en la época romántica, la influencia de las traducciones en la literatura y poética españolas debida a su elevado número es superior a la de cualquier otro periodo. En la vida cultural de la época se perciben dos tipos del Romanticismo, uno conservador y nacionalista, y otro liberal y democrático, que, según el autor, pudieron causar la carencia de un programa concreto o unánime del Romanticismo, implementado con cierto retraso en este territorio. La emigración tuvo un papel determinante en la producción literaria, puesto que la mitad de las traducciones entre 1790 y 1834 se imprimieron por las editoriales extranjeras, algo que también se debe a la censura impuesta por Fernando vii en España. La traducción del francés no cesa, pero la relación con Inglaterra empieza a fortalecerse gracias a los grandes escritores y representantes del Romanticismo español que emigraron al país anglosajón, como el duque de Rivas, José de Espronceda y José Joaquín de Mora, o uno de los intelectuales de primer orden como Antonio Alcalá Galiano. Esta sección precisamente acoge escritos sobre la traducción de este último, así como las reflexiones de Manuel Bretón de los Herreros, Mariano José de Larra, Ramón López Soler, Eugenio de Ochoa, etc. Se subraya la importancia de las colecciones que aparecieron en este periodo, se describe la tipología de los documentos que aportan ideas sobre la traducción, se trata la actividad editorial y la de los críticos destacables de la época, o la «invasión» de obras de origen francés de la que, por ejemplo, se quejaba Eugenio de Ochoa. Los investigadores pueden encontrar reflexiones sobre libertad o fidelidad en el acto de traducir, o utilidad y conveniencia de la traducción, que Lafarga considera un «activo elemento en la renovación literaria, (…) y en el avance de la ciencia» (p. 119). Después de una pequeña introducción que nos sitúa en el contexto histórico de la época literaria tratada en el capítulo 3, Ideas y actitudes ante la traducción: la época realista naturalista (1850-1880), su autor Juan Jesús Zaro, catedrático del Departamento de la Traducción e Interpretación de la Universidad de Málaga, habla de las novedades que trae cada una de las décadas de este periodo (novelas publicadas de manera serializada, el nuevo público femenino, la Ley de Imprenta, la actividad censora y su abolición, etc.), y de la tipología de las fuentes, mayormente de carácter paratextual, que recoge esta sección. En el presente estudio encontramos algunas citas que ofrecen datos interesantes sobre el papel de las editoriales y de los libreros, «propagadores de modas y estilos literarios, pero también de ideas», por lo que llegaron a ser perseguidos, así como sobre la crítica que empieza a reconocer el valor de las traducciones y su influencia en la novela española del siglo xix. Los autores que más se traducen en la década entre 1850 y 1860 son Alexandre Dumas, Walter Scott y Eugène Sue. Dado que mayormente se traduce del francés, en los escritos se puede observar preocupación por demasiada influencia francesa en la literatura, la lengua, o la cultura española. Algunas anotaciones dejan ver la poca profesionalización del sector, la influencia política, la tendencia de enaltec 300 RESEÑAS / F. LAFARGA, C. FILLIÈRE, M.J. GARCÍA CARROSA Y J.J. ZARO TRANS. REVISTA DE TRADUCTOLOGÍA, 21, 2017) para los expertos en enseñanza de lenguas. Zaro destaca un ejemplo peculiar de refundición de Hamlet de Pablo de Avecilla (1856), una de las escasas traducciones de lenguas distintas del francés y obra que ofrece un testimonio realmente útil para comprender la recepción de las creaciones de Shakespeare por el público español de aquel entonces. Son igual de relevantes los datos relacionados con el periodo entre 1860 y 1870 sobre la traducción de autores españoles a otras lenguas, las traducciones de lenguas clásicas y exóticas por parte de los profesores y eruditos, como Manuel Milá y Fontanals, o sobre una novedosa práctica de la traducción del árabe y la propagación de krausismo por medio de la traducción. Encontramos también varios comentarios valiosos sobre las traducciones al español de Victor Hugo o de William Shakespeare. En el apartado sobre el periodo entre 1870 y 1880, se presta una especial atención a las reflexiones de Benito Pérez Galdós, de Juan Valera y de otras figuras literarias de importancia, que incluyen debates sobre el uso del verso o de la prosa en la traducción de la poesía, pensamientos sobre las refundiciones, datos sobre la traducción del catalán para divulgar textos escritos en otros idiomas hablados en el país o sobre la importancia de la traducción para la difusión de ideas y avances de la ciencia. Por último, el estudio de Carole Fillière, especialista en filología y estética del siglo xix, Los albores de la historia cultural de la traducción y de la literatura comparada en Menéndez Pelayo y Clarín (1880-1900), analiza con detalle el inmenso valor del trabajo de titanes realizado por Marcelino Menéndez Pelayo en el campo de la historia de la traducción y la literatura comparada, cuyo fundador se considera, así como las aportaciones del crítico y escritor Leopoldo Alas Clarín al proyecto cultural español y su gran esfuerzo por animar a los escritores del siglo xix que se dedicaran a la traducción. Se destaca el papel de ambos en la propagación de la importancia de la traducción y su ansia de «conferir la visibilidad y dignidad a la profesión traductora y a los traductores del pasado (el caso de Menéndez Pelayo) y de su época (Clarín)» (p. 227). Numerosas anotaciones de Menéndez Pelayo que cita la autora muestran su preocupación por las preguntas que siguen siendo fondo de debates, como el uso de los calcos, o la fidelidad hacia el texto origen, y su llamada a que solamente los traductores deben sentirse con derecho a criticar la labor traductora. Tanto este pensador como Clarín ven la importancia de la profesionalización de los traductores, y la falta de la misma encuentran como una de las causas de la degradación cultural del país. Al igual que en los periodos anteriores no se trata de un pensamiento sistemático, sino de una serie de anotaciones, justificaciones y reflexiones dispersas en el tiempo y en diferentes obras, por lo que la presente recopilación es tan importante. En definitiva, tenemos ante nosotros un volumen ambicioso y conseguido, cuya mayor aportación quizás sea la de destacar el papel del traductor en la creación de la historia de la cultura de un país, además de brindarnos la ocasión de leer, en un único libro y de primera mano, los pensamientos y las palabras de traductores y literatos de este periodo sobre la traducción, con una importante ayuda de los estudios que explican y contextualizan estos textos y razonan sobre su valor. Nina Lukić
Bajo el sugerente y a la par descriptivo título de Pensar la traducción en la España del siglo «XIX se recogen cuatro capítulos en los que se analiza la evolución y los rasgos fundamentales que dominan el discurso sobre la traducción en el primer tercio del siglo —etapa considerada de tránsito de la Ilustración al Romanticismo—, durante la época romántica, en la etapa realista naturalista y en las últimas décadas del siglo XIX. Todo ello de la mano de acreditados espe-cialistas en este campo de estudios como evidencia la propia bibliografía de cada bloque de este volumen que complementa a otros estudios publicados en el marco del proyecto de investigación del equipo, entre los que se citan los libros coordinados por Lafarga y Pegenaute Creación y traducción en la España del siglo XIX (2015) y Autores traductores en la España del siglo XIX (2016). Cumple además el trabajo que aquí reseñamos con el hecho de ofrecer una antología de textos en la que los traducto-res reflejan su labor y se posicionan ante la práctica, enseñanza y uso de la traducción en el siglo xix, que continúa y completa la selección hecha para el siglo XVIII por García Garrosa y Lafarga: El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología (2004). Abre el volumen el trabajo de María Jesús García Garrosa «Reflexiones sobre la traducción en España: 1800-1830. Entre tradición y renovación», que como apunta la autora conecta directamente con el citado trabajo sobre el siglo xviii sin que exista repetición de materiales. La etapa sometida a análisis es, sin duda, compleja por la reper-cusión que en la sociedad y en la cultura tuvieron de los acontecimientos históricos que jalonan esos años: Guerra de la Independencia, primer exilio liberal, Trienio Liberal, segundo exilio y década ominosa, a los que se debe sumar el proceso independentista de América. En estos treinta años se traduce mucho y por diferentes causas. Destaca la actividad de los exiliados que emplean la traducción como medio de supervivencia y que, en gran medida, hacen frente a la demanda generada desde las tierras americanas recién liberadas, donde llegan vertidos al español textos prohibidos por la censura en la centuria anterior, gracias en parte a la labor de editores que en Francia e Inglaterra se decantan por este tipo de producto como Alzine o Ackermann. Igualmente, tras la guerra se percibe un auge de la demanda de colecciones de novelas y obras teatrales, donde los autores franceses, pero también ingleses y alemanes, se hallan presentes, lo que supone una renovación en la nómina de creadores y la introducción —aunque sea tamizada por la españolización de los escritos que con mucha frecuencia se hace— de una nueva estética que derivará en el desarrollo del Romanticismo hispano. Estamos pues ante una actividad que tiene mucho de comercial y que hace que surjan voces críticas ante la calidad de los textos que se ofrecen al público. La prensa, como eficaz barómetro del momento en que circula, se llena de reproches a la plaga de traductores poco o nada cualificados, pero también muy mal pagados, como denuncian desde el Memorial Literario o el Correo Literario y Mercantil José María de Carnerero o Pedro María de Olive, entre otros. En lo que atañe al discurso sobre la traducción, como muestran los textos reflejados tanto en el estudio como en la antología, los traductores en esta primera época centran sus reflexiones en torno a la controversia sobre la libertad o fidelidad que debe guiar a quien se enfrente al trasvase del texto original al español, pudiéndose constatar diferentes grados en la traducción —muy a menudo recreación— de una obra. Este proceso de adaptación afecta muy especialmente a los textos literarios donde los rasgos propios de cada género se suman a la dificultad específica de trabajar con idiomas nuevos y con una nueva corriente literaria. Entre los diferentes ejemplos que ilustran estos aspectos merece la pena destacar el caso de las traducciones de Chateaubriand hechas por Mariano José Sicilia de El último abencerraje y Los Natchez (París, 1827 y 1830), en las que manifiesta haber respetado todos los pensamientos del original, pero modificando el texto «al gusto de la literatura española» (27); así como el proceder de Juan Ángel Caamaño con la traducción de la Corina de Madame de Staël para aclimatar la literatura romántica al panorama literario español de aquellas fechas por encontrar algunas formas demasiado germánicas pese a su novedad y belleza (34); las críticas de Agustín García de Arrieta a la manía de algunos de transformar en verso lo que originalmente se escribe en prosa, como hace Dionisio Solís con Misantropía y arrepentimiento de Kotzebue o la adaptación de los contenidos, de las novelas sobre todo, al gusto del país, que parece imponerse a la traslación más o menos fiel y literal. El segundo de los capítulos del libro lo dedica Francisco Lafarga a analizar «El pensa-miento sobre la traducción en la época romántica (1830-1850)». Comienza el investigador señalando la fuerte presencia de obras traducidas en esta etapa, que supera incluso a la precedente y que como en aquella está marcada por el exilio, donde no solo se traduce y nacen empresas editoriales que basan su producción en este recurso, sino que se hace posible la toma de contacto con los postulados estéticos del movimiento romántico que iba a desarrollarse en España de manera tardía y ecléctica, ya que conviven en él dos tendencias ideológicas enfrentadas —conservadora y liberal—. En estos años la producción de novela se sigue basando en traducciones publicadas como «bibliotecas» o colecciones; también ahora la prensa y en particular las revistas ilustradas se convierten en un medio habitual para la inclusión de textos traducidos, que van desde breves poemas y cuentos a novelas por entregas. Al mismo tiempo, en las páginas de estas publicaciones seriadas vamos a encontrar una frecuente crítica a las malas traducciones, ya sea en reseñas ya a la hora de valorar esas representaciones teatrales, que procedentes de otros idiomas inundan la escena española. De modo que para analizar cuál era la posición ante la abundante traducción del periodo se hace preciso recorrer estos textos y los propios prólogos de las obras traslada-das al español. De entre este conjunto de escritos, de los que se ofrece una rica antología, en el estudio se dedica atención a las opiniones de Larra, Bretón de los Herreros, Hart-zenbusch —superando en este caso las referencias los límites cronológicos del apartado para valorarlas en conjunto— y Mesonero Romanos —el único que no actuó como traductor—. En líneas generales estos censuran los numerosos abusos que se cometen a la hora de traducir o se posicionan directamente contra esta práctica como hace Mesonero Romanos, que desde las páginas del Semanario Pintoresco Español del 17 de julio de 1842 se quejará de la falta de obras originales en la que ha pasado a ser una «nación traducida» (113). El excesivo recurso a textos foráneos, las quejas por el poco aprecio que en algunos terrenos como el teatro merecen las obras originales españolas se suman así al debate sobre la fidelidad o la libertad a la hora de enfrentarse al texto, iniciado en el XVIII. En este contexto, aunque la reelaboración del texto sigue dominando la práctica sobre todo en lo que afecta a la literatura y se está lejos de defender la literalidad de las versiones en idioma castellano, son varios los autores que se inclinan hacia la traducción «con el menor daño posible» como se precisa en el prólogo de Antonio Alcalá Galiano y Vicente Salvá que acompaña a la versión de 1835 del Arte de traducir el idioma francés al castellano de Capmany. En el tercer capítulo, titulado «Ideas y actitudes ante la traducción: la época realista naturalista (1850-1880)», Juan Jesús Zaro divide por décadas el análisis, en atención a los cambios políticos —alternancia de gobiernos moderados y progresistas, Revolución de 1868, I República (1873-1874), Restauración borbónica (1874)— y legislativos que se suceden en estos años. En la primera se aprecia una clara continuación respecto a etapas anteriores en lo que afecta a la publicación de novelas, por ejemplo, donde el folletín dado de manera seriada a través de las publicaciones periódicas sigue teniendo una notable presencia gracias al aumento de los lectores potenciales y a las mejoras introducidas en el mundo de la imprenta y la producción editorial. En esta primera etapa llama la atención el investigador sobre la tirada de tratados destinados a explicar cómo ha de traducirse en un intento de atajar los defectos lingüísticos de las obras en circulación, entre los que se pueden destacar el Diccionario de galicismos (1855) de Rafael María Baralt con prólogo de Hartzenbusch o el manual de Vicente Alcober y Largo Traducción gradual del inglés. Literal, interlineal, gramatical a la vista y libre de prosa y de verso con la pronunciación figurada (1859), en el que entre otras cuestiones se rechaza el uso de obras literarias para iniciarse en esta labor —precisamente cuando en muchos casos era esa la modalidad a la que se habían enfrentado sujetos no necesariamente formados para satisfacer la demanda de novelas y teatro—. Asimismo, entre los escritos en los que se reflexiona sobre la traducción en la década 1850 a 1860 se citan las valoraciones de Fernán Caballero sobre su labor como traductora y sobre la traducción de sus propias obras, que no siempre se vierten adecuadamente a otro idioma por el desconocimiento de la cultura a la que aluden y dibujan, pero que como ha apuntado la crítica posterior es a su vez ajena a la propia autora. En la siguiente década analizada (1860-1870) destaca la práctica abolición de la censura editorial en los dos últimos años —prolongada hasta 1874—, que propicia el auge de la producción original sin que decaiga el fervor traductor. Como sucedía en etapas anteriores son muchos los intelectuales y literatos que se oponen a la influencia que deviene de esta práctica en la creación literaria española, pues la empobrece como apunta Francisco Giner (1863). Se siguen editando en estos años tratados sobre cómo enseñar un segundo idioma y traducir. De igual modo autores como Juan Valera o Carlos de Ochoa manifiestan en los prólogos de sus traducciones de Adolf Friedrich von Schack y Víctor Hugo la importancia de ser fiel al texto y al autor frente a la manipulación de algunos pasajes para que resulten más entendibles por el lector; algo que se hace extensivo a las traducciones de lenguas clásicas y del árabe, así como a la realizada entre las lenguas peninsulares. En lo que se refiere a la última de las décadas tratadas en el capítulo (1870-1880), la revisión del pensamiento sobre la traducción se centra en Galdós y Valera, entre otros, que en un momento en el que se va pasando del posromanticismo al realismo achacan la falta de novelas españolas de calidad al papel ejercido por las malas traduccio-nes y a que no se supo aprovechar el molde narrativo venido de fuera, como se lamenta Galdós, que acusará más adelante en su creación la influencia de Zola. Al mismo tiempo continúa y cobra fuerza la defensa de la traducción respetuosa desde la lengua original, tal y como destaca Valera en el prólogo a la traducción de Shakespeare de Jaime Clarck, que mantuvo prosa y verso donde los había en el original (195). En suma cabría destacar, siguiendo el discurso del autor del capítulo, que no son muchos los textos en los que se teoriza sobre la traducción en estos treinta años —de ahí que la antología para esta etapa sea menor que para las otras—, pese a que surgen diferentes manuales. El francés sigue siendo con excepciones reseñables la lengua de partida de los textos traducidos y en estos, paulatinamente, se tiende hacia el respeto al original y se va matizando la re-creación de las obras que en otras etapas suponía el ejercicio de pasar los textos al idioma castellano. No obstante, el debate sobre fidelidad/libertad sigue vigente. Cierra el volumen el trabajo de Carole Fillière «Los albores de la historia cultural de la traducción y de la literatura en Menéndez Pelayo y Clarín (1880-1900)», quien comienza su aportación destacando la notable disminución de textos traducidos en esta etapa por el cierto desprecio del que la práctica se ha ido rodeando al ser entendida como una actividad mercantilista, donde no abundan —aunque los hay— los trabajos de calidad. Frente a esta postura se sitúan los autores mencionados en el título del capítulo que defienden que los textos traducidos se integran en el sistema cultural nacional e intentan dotar de visibilidad y dignidad la profesión de traductor, que no en vano ellos mismos desempeñan (227). De entre las obras de Menéndez Pelayo se destacan aquí: la Biblioteca hispano-latina clásica: códices, ediciones, comentarios, traducciones, estudios críticos (1902) y un libro proyec-tado durante toda su vida y que pretendía ser la continuación crítica del Ensayo de una biblioteca de los traductores españoles de Juan Antonio Pellicer (1778), como lo fue su Biblio-teca de traductores españoles, publicada de manera póstuma en sus obras completas. Desde el conocimiento de la dificultad de la tarea de la traducción, realiza Menéndez Pelayo una férrea vindicación de los profesionales, sin soslayar la crítica a los trabajos groseros, que no denotan el trabajo lingüístico que precisan estas obras (237) o que bien conducen a una lectura errónea de las mismas. Pero más interesante aún que estas palabras para entender el papel que le atribuye el santanderino a la traducción resultan las opiniones incluidas en su Historia de las ideas estéticas, dondedestaca el papel de los traductores como mediadores en una cultura, la hispánica, que se configura como «un continuo de intercambios y de cambios, de asimilaciones y rechazos» (251), como apunta la investigadora. Por su parte, los artículos de Clarín publicados entre 1875 y 1901 sobre los que aquí se focaliza el análisis revelan cuáles eran los elementos que según el autor —traductor y promotor de no pocos proyectos en ese campo— deben poseer un buen traductor y una buena traducción, bajo la premisa de que los avances en el pensamiento y la cultura solo se producen cuando existe contacto con otros y esto lo propicia la traducción. En este sentido, pone el acento en el papel que la prensa puede desempeñar para difundir las noticias sobre los textos traducidos, entre otras muchas cuestiones, pues la aceptación de la que goza el periódico puede convertirse en una vía para llegar a la población en general y hacer que avance el país. Asimismo, denuncia Clarín la precaria situación de muchos traductores y dignifica una profesión que él mismo representa, pero como suce-día en el caso anterior no deja de censurar por ello las malas traducciones y defiende la fidelidad respecto del original, para que de esta forma los receptores reciban una versión lo más similar posible a la obra primera tanto en lo lingüístico como en lo ideológico. No obstante, cuando afronta la traducción de Trabajo de Zola en 1901 no sigue todas estas premisas y se permite ciertas intervenciones por razones lingüísticas y también ideoló-gicas. Sea como sea, las ideas y las reivindicaciones contenidas en las obras de Menéndez Pelayo y Clarín resultan bastante modernas y conectan con la evolución que sobre la práctica de la traducción se había venido dando en todo el siglo, donde la necesidad de dignificar la figura del traductor o el debate sobre la libertad o fidelidad respecto al texto original estuvieron siempre presentes. Acaso este pueda considerarse el hilo conductor de un volumen coherente y muy documentado, que no solo hace posible que el lector aprecie la evolución que respecto al posicionamiento sobre la traducción se da en el siglo xix, sino que sea capaz de situar en su realidad histórica y cultural las diferentes contro-versias y sus matices. Todo ello a través de una rica selección de textos entre los que la prensa periódica, como vehículo de la crítica y de las propias traducciones, ocupa un lugar destacado junto a los prólogos de las obras trasladadas al español, algo que estimamos de notable interés, pues permite ofrecer al lector una imagen fidedigna y viva de ese pensar la traducción que llevó a muchos literatos e intelectuales a tomar la pluma para dignificar una actividad que se mueve entre lo comercial y la mediación cultural. Beatriz Sánchez Hita