Las aproximaciones críticas a la obra de Lorca han prestado, en general, poca atención a la importancia de la figura de Pierrot en su imaginario literario y personal. Emblema de la tristeza y el fracaso, Pierrot fue pronto asumido por los intelectuales de principios del siglo XX como representación del espíritu bohemio y, correspondiendo a su condición marginal en materia de amor, como símbolo de los deseos furtivos.
García Lorca, necesitado de una máscara para enfrentarse al fracaso perpetuo en la búsqueda del otro, encuentra en Pierrot una especie de alter ego literario para conocerse, esconderse y mostrarse a un mismo tiempo. Como puede observarse ya en sus juvenilia, esboza en Pierrot su yo más íntimo, en una tendencia que continúa en sus dibujos y en sus piezas de madurez. Pierrot/Lorca abre nuevas lecturas críticas que arrojan luz sobre diversos aspectos de la vida y la obra del granadino, tal el caso su relación con Salvador Dalí, codificada en términos teatrales: Arlequín (Dalí) / Pierrot (García Lorca).