Guerra Civil, franquismo y literatura
El rescate de tres libros clásicos sobre la creación literaria y el lenguaje durante el conflicto bélico y la dictadura, uno de los felices acontecimientos editoriales del 2019
HÉCTOR J. PORTO
Habitualmente se dice, y con razón, que la historia, en especial en las guerras, la escriben los vencedores, los que ocupan el poder. Eso no quiere decir que, mientras el ruido de las bombas y las trincheras ensordecen la sociedad civil, las máquinas cesen de escribir y las plumas dejen de trabajar, ya sea para acallar las explosiones, ya sea para acrecentarlas, o porque hay quien, como excepción que confirma la regla, no se mueve de su sitio.
El pasado 2019 dejó el feliz acontecimiento editorial del rescate de tres libros -clásicos ocultos- que acreditan lo que se movía la creación literaria y el lenguaje durante la Guerra Civil y después, a lo largo de la dictadura. Son Las armas y las letras de Andrés Trapiello (Destino), Charlas de café sobre la Guerra Civil española de Roberto Gómez (Guillermo Escolar) y Diccionario del franquismo de Manuel Vázquez Montalbán (Anagrama).
El escritor leonés Trapiello (Manzaneda de Torío, 1953), gran conocedor de este tema y autor del primero de los libros citados, anota -precisamente en el prólogo que redactó para esta edición revisada que festeja el 25.º aniversario de su primera aparición- que los últimos estudios, investigaciones y descubrimientos abundan en una idea general que ya sustentaba su edición de 1994: «Muchos escritores e intelectuales, como tantos españoles, se vieron obligados a escoger, y a menudo de manera dramática, entre los dos bandos, entre dos visiones de la historia y de la vida que en muchos casos acabaron siendo delirantes, totalitarias y mesiánicas, con los resultados conocidos por todos».
Es ahí, en esa fractura, donde porfía su pesquisa para demostrar la existencia de una nueva vía, una tercera España, con ejemplos como Clara Campoamor, Elena Fortún, Gaziel o Juan Ramón Jiménez y que personaliza como nadie el periodista andaluz Manuel Chaves Nogales, a cuya imprescindible rehabilitación dio Trapiello un empujón. «Yo no soy monárquico, ni republicano, ni falangista, ni comunista, etcétera, etcétera. Soy un hombre libre», como proclama Jiménez en una carta de 1943 exhumada recientemente.
Con sus sucesivas ampliaciones y correcciones -en un proyecto inacabable-, el libro de Trapiello es ya una enciclopedia imprescindible para conocer qué hicieron los escritores durante la guerra, tirios y troyanos, un manual de cabecera sobre el que volver para consultar y disfrutar con sus infinitos relatos, documentos e imágenes. Su gran proyecto es la memoria de un país, y eso es algo en permanente y necesaria reconstrucción.
Lorca, Baroja, Unamuno, Machado, Miguel Hernández, Azorín, Ortega, Picasso, Alberti, Cernuda, Castelao, Azaña, Cela, León Felipe, Bergamín, Sánchez Mazas, Fernández Flórez, Gómez de la Serna, Marañón, Granell, Max Aub, Zambrano, Vallejo, Jorge Guillén, Neville, Giménez Caballero, Morla Lynch, Ridruejo... protagonizan (o visitan solo brevemente) sus gozosas páginas y sus múltiples anécdotas e historias.
Trapiello celebra en su prólogo que por fin, casi cien años después, haya empezado a aceptarse en España (con la no menor contribución de este libro) que «ni todos los que apoyaron la sublevación eran fascistas o furibundos carcas ni todos los leales a la República combatían por una democracia que brillaba por su ausencia en su propio bando». El autor leonés sostiene que nadie capitalizó la guerra como la Falange y el PCE, que contaban apenas 20.000 afiliados cada uno y que al término alcanzaban los dos millones. Unos administraron la victoria, y otros, la derrota, reseña. Unos ganaron la guerra desde el comienzo y otros, los que la perdieron, se hicieron con el poder de la propaganda en todo el mundo también desde el comienzo, subraya Trapiello para criticar el uso torticero que se hace en muchas ocasiones de la Ley de Memoria Histórica, que, dice, se ha empleado más para avivar el enfrentamiento -con olvidos interesados- que para cerrar heridas y honrar a las víctimas. El escritor acusa a los políticos de hoy populistas y nacionalistas de «reactivar la sempiterna roña carlista» para reavivar la división.
La asfixiante tutela sobre la sociedad en la dictadura, explicada en 1977 en un diccionario
Más de 40 años después de que apareciese en la editorial Dopesa en 1977, Anagrama recupera el Diccionario del franquismo de Manuel Vázquez Montalbán y lo actualiza con las corrosivas ilustraciones del historietista Miguel Brieva (Sevilla, 1974), muy en la línea del vitriólico planteamiento del añorado escritor barcelonés. Montalbán repasa los personajes y hechos más relevantes de la dictadura y el alzamiento nacional, y reajusta los significados de palabras y expresiones que manejó el franquismo y su estructura, y también del pueblo. Todo, dice el ensayista Josep Ramoneda en el prólogo, para negar cualquier melancolía del sátrapa y testimoniar la indigencia cultural del régimen, «su mentalidad totalitaria y su asfixiante tutela sobre la sociedad».
Roberto, caricaturista político que sintió la urgencia de combatir con la pluma en defensa de su pueblo
Roberto Gómez (Madrid, 1897-Montevideo, 1965) era un caricaturista político que se estableció en Argentina tiempo antes de que se desatase la Guerra Civil. En 1932 dejó España y poco después estaba trabajando en Crítica, en aquella época uno de los diarios más leídos del mundo hispano. Roberto -que así firmaba sus dibujos- era ya toda una celebridad cuando sintió la urgencia de coger la pluma para «combatir en defensa de su pueblo». El alzamiento fascista lo empujó a salir, como un miliciano más, en auxilio de «la República traicionada». Fue así como empezó a escribir su serie titulada Charlas de café que publicaba en el rotativo bonaerense y que después, en 1937, reunió en un libro. Es este volumen lo que rescata Guillermo Escolar -en el marco de su colección Literatura y Guerra Civil-, que lo publica en edición del especialista Niall Binns, responsable del ensayo Argentina y la Guerra Civil española. La voz de los intelectuales (Calambur, 2012). Advierte Roberto ya desde el inicio: «No soy cenetista ni ugetista. No pertenezco a ningún partido político, ni sirvo la causa de ningún partido político. Defiendo solamente la causa del pueblo, el único que en esta gran tragedia de España está libre de culpa». Su mordaz crónica -que atacaba la crueldad e ignorancia del bando nacional- se erigió pronto en eficaz plataforma de propaganda republicana especialmente en América Latina.